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La importancia de las abejas 

"Cuando el investigador de la naturaleza se pone gafas demasiado potentes para observar hechos relativamente sencillo, puede ocurrir que los arboles no le dejen ver el bosque. Esto ocurrió hace unos veinticinco años a un sabio de reconocido mérito, cuando estudio en su laboratorio el sentido visual de los animales y llego a la conclusión francamente errónea de que las abejas eran ciegas al color… quien conozca la preferencia de las abejas por las flores de vivas coloraciones se inclinara mejor a creer que las conclusiones del investigador eran equivocadas, que no en tal contrasentido de la naturaleza" K. V. Frisch - La vida de las abejas

«La gente no se percata de lo listas que son las abejas, más aún que los delfines.  Pero lo más importante es que trabajan hasta la extenuación, si no la muerte. A veces, me entraban ganas de pedirles que se relajaran, que se tomaran unas vacaciones porque se lo merecían». a vida secreta de las abejas (2002), de Sue Monk Kidd

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"La luz del sol no había descendido aún hasta la garganta. Un pájaro me despertó con su voz clara y penetrante. El frío cortaba. Me salí del saco de dormir, encontré mis zapatos en la obscuridad y me liberé como pude del mosquitero. Justo al mismo tiempo penetraban los primeros rayos del sol, agudos como punzones, hasta las cimas orientales. Entrecerré los ojos para mirar hacia los perfiles pesados e imponentes de Casa Grande. La increíble luz que avanzaba ahora hacia la cima dio a la cerrada e inabarcable ladera de la montaña el aspecto de una sombría fortaleza de dimensiones superiores a las que levanta el hombre, una obra defensiva para ángeles o demonios que se ha visto abandonada por toda su guarnición.
Cuando la luz hubo llegado un poco más arriba se reflejaron sus rayos contra la metálica ladera occidental, cuyas columnas solitarias y enhiestas, cortadas en arenisca, se transformaron en un panorama de órganos, en una fachada barroca de órganos, en todo un órgano de luz. Todo se concertaba en los tonos rojos de la roca.
A la vocecita clara del pájaro posado en la mata de cactus ásperos y toscos junto al sendero de herradura se unió ahora un coro de extrañas voces aladas: los graznidos sardónicos de los grandes cuervos negros dominaban el concierto, pero dos enormes buitres se cernían sin ruido alguno sobre la garganta.
(…)
Nunca había comprendido hasta ahora que toda la posibilidad de sentirnos, experimentarnos a nosotros mismos como algo compacto y ordenado, como un yo humano, está relacionada con la existencia de una posibilidad de futuro. La idea entera del yo descansa sobre la certidumbre de que también habrá mañana. En el universo nadie está en su casa. " Lars Gustafsson - Muerte de un apicultor (fragmento)

La fábula de las abejas (fragmento)

Bernard Mandeville


"Un gran panal, atiborrado de abejas
que vivían con lujo y comodidad,
mas que gozaba fama por sus leyes
y numerosos enjambres precoces,
estaba considerado el gran vivero
de las ciencias y la industria.
No hubo abejas mejor gobernadas,
ni más veleidad ni menos contento:
no eran esclavas de la tiranía
ni las regía loca democracia,
sino reyes, que no se equivocaban,
pues su poder estaba circunscrito por leyes.


Estos insectos vivían como hombres,
y todos nuestros actos realizaban en pequeño;
hacían todo lo que se hace en la ciudad
y cuanto corresponde a la espada y a la toga,
aunque sus artificios, por ágil ligereza
de sus miembros diminutos, escapan a la vista humana.
Empero, no tenemos nosotros máquinas, trabajadores,
buques, castillos, armas, artesanos,
arte, ciencia, taller o instrumento
que no tuviesen ellas el equivalente;
a los cuales, pues su lenguaje es desconocido,
llamaremos igual que a los nuestros.
Como franquicia, entre otras cosas,
carecían de dados, pero tenían reyes,
y éstos tenían guardias; podemos, pues,
pensar con verdad que tuviera algún juego,
a menos que se pueda exhibir un regimiento
de soldados que no practique ninguno. "

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"La abeja es ante todo, y aún más que la hormiga un ser de muchedumbre. Sólo puede vivir en montón. Cuando sale de la colmena, tan atestada que tiene que abrirse a cabezazos su camino por las paredes vivientes que la encierran, sale de su elemento propio. Se sumerge un instante en el espacio lleno de flores, como se sumerge el nadador en el océano lleno de perlas; pero, bajo pena de muerte, es menester que a intervalos regulares vuelva a respirar la multitud, lo mismo que el nadador sale a respirar el aire. Aislada, provista de víveres abundantes y en la temperatura más favorable, expira al cabo de pocos días, no de hambre ni de frío, sino de soledad. La acumulación, la ciudad, desprende para ella un alimento invisible tan indispensable como la miel. A esa necesidad hay que remontar para fijar el espíritu de las leyes de la colmena. En la colmena, el individuo no es nada, no tiene más que una existencia condicional, no es más que un momento indiferente, un órgano alado de la especie. Toda su vida es un sacrificio total al ser innumerable y perpetuo de que forma parte. Es curioso comprobar que no siempre ha sido así. Aún hoy se encuentran entre los himenópteros melíferos, todos los estados de la civilización progresiva de nuestra abeja doméstica.”
 

Maeterlink, M.

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